Los recuerdos de mi vida previa al año 1959 me acompañan constantemente, como si recordando pudiera re-escribir mi fallida historia. No olvido nunca que desde mi adolescencia y temprana juventud, a partir de la gran admiración y del devoto respeto que sentía por la maternidad y por la profesión médica, dos grandes anhelos anidaron en mi alma: llegar a ser médico neurocirujano, y constituir una hermosa familia, con varios hijos que me colmaran de felicidad y orgullo. A la edad de 19 años, Dios me premió con el más extraordinario de los regalos en la persona de mi único hijo Roberto, lo más puro y valioso, lo realmente verdadero de toda mi existencia. Pero los cubanos vivíamos entonces tiempos tormentosos. Constantemente nos convocaban a trabajar sin descanso en pos de una Patria más justa, lo que determinó que muchas mujeres de mi generación nos incorporáramos a aquel teóricamente promisorio proceso, convencidas de que luchábamos por legar a nuestros hijos, la más perfecta de las sociedades. Fue así, como ocupada en una cadena interminable de tareas, y ayudada por mi madre en la crianza de mi idolatrado hijo, perdí momentos maravillosos e irrepetibles de su niñez y adolescencia, y no tuve nunca la hija que tanto anhelé. Perdí momentos irrepetibles de mi hijo, trabajando en favor de un sistema social-político-económico que estafó y traicionó mis mejores sueños e ilusiones, que defraudó mis principios profesionales, que me roba trozos de vida, y que continúa desgarrando a mi familia. Terrible e irreversible error que ha dejado heridas eternamente abiertas en mi y en un sinnúmero de cubanas, pues nada, ¡absolutamente nada!, superará ni sustituirá jamás, la sagrada misión implícita en la condición de madre. Cuando en medio de aquella delirante vorágine de tareas pensaba en la familia tan apasionadamente anhelada y no lograda, me consolaba imaginando que mis nietos con su dulce cariño, no sólo curarían mis añoranzas, sino que compensarían en el futuro todos los mágicos, tiernos e irrecuperables instantes que perdía lejos de mi hijo.
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Yo soy hoy libre, muy libre, con esa libertad propia que Dios concede a cada ser humano.
Pero es más cierto aún, que no existen tiranos capaces de impedirme que ame
Da Hilda Molina